Joshua Bell, niño prodigio y uno de los mejores intérpretes de violín del mundo, se situó en el vestíbulo de una estación de metro e interpretó 6 piezas magistrales de Bach y Schubert con un Stradivarius, pieza única en el mundo y datado de 1713.
Antes de realizarse el experimento, los expertos coincidieron en predecir que se terminaría formando un corro a su alrededor y que la gente sabría distinguir el auténtico talento. Nada más lejos. Joshua actuó 43 minutos, durante los cuales prácticamente nadie se detuvo a escuchar. Tres días antes había llenado el Boston Symphony Hall, a 100 euros la butaca.
El experimento intentaba comprobar si la gente sabe reconocer la auténtica belleza en pocos segundos: cuando cruza un acceso al metro. Para un arte como la música la respuesta es no.
Una estación de metro es una zona de paso; no se va a perder el tiempo. La gente pasa y piensa en lo que va hacer dentro de media hora. Si hubiera sido en una plaza el experimento hubiera tenido más éxito, como sucedió con Bruce Springsteen en 1988.
Vía | acusticAWeb.